lunes, 19 de julio de 2010

El Aguatero y la Vasija

Un aguatero de la India tenía dos grandes vasijas colgadas una a cada extremo de un palo que cargaba sobre el cuello. Una de ellas tenía una rajadura. Aunque la otra estaba en perfecto estado y siempre entregaba su contenido total de agua al final de la larga caminata desde el arroyo hasta la casa de su amo, la vasija rajada apenas llegaba llena hasta la mitad.

Aquella situación se mantuvo inalterable durante dos años. Todos los días el aguatero solamente entregaba una vasija y media de agua en la casa de su amo. Naturalmente, la vasija perfecta se ufanaba de sus logros, pues cumplía óptimamente el propósito para el que había sido creada. En cambio la pobre vasija agrietada se avergonzaba de su imperfección y se sentía desdichada de solo poder cumplir la mitad de la tarea para la que estaba hecha. Al cabo de dos años de lo que a juicio de ella era un fracaso rotundo, un día le habló al aguatero junto al arroyo.

-Estoy avergonzada y quiero pedirte perdón.

-¿Por qué? -preguntó el aguatero-. ¿De qué te avergüenzas?

-En los últimos dos años solo he podido entregar la mitad de mi capacidad a causa de esta grieta que tengo en el costado por la que se va perdiendo el agua camino de vuelta a la casa del maestro. Por culpa de mis defectos tienes que trabajar arduamente y tus esfuerzos no te rinden a plenitud -dijo la vasija.

Al aguatero le dio pena la vieja vasija rajada. Movido a compasión le dijo:

-Camino de regreso a la casa del amo quiero que prestes atención a las hermosas flores que alinean el sendero.

En efecto, al subir la colina, la vieja y defectuosa vasija advirtió las hermosas flores silvestres bañadas de sol a la vera del camino, lo cual la alegró un poco. Sin embargo, al final del trayecto, todavía sentía pesadumbre por haber perdido la mitad de su capacidad, así que volvió a pedir perdón al aguatero por su ineficacia.

Este le dijo:

-¿Te fijaste en que tu lado del camino estaba adornado con flores y el de la otra vasija no? Siempre supe de tu defecto y aproveché para sembrar de flores tu lado del camino. Tú las regabas todos los días cuando regresábamos del arroyo. Durante dos años he podido cortar esas hermosas flores para decorar la mesa de mi amo. Si fueras exactamente como eres, no habría contado con tanta belleza para agraciar su casa.

Cada uno de nosotros tiene sus defectos particulares. Todos somos vasijas rajadas. Pero si damos lugar a ello, el Señor se valdrá de nuestros defectos para agraciar Su mesa. No te dejes intimidar por tus defectos para no cumplir las tareas que te haya encomendado Jesús. Reconócelos y permite que les saque partido. Entonces tú también podrás embellecer Su camino.

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